
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de marzo.- Autor de un humor “agudo y disfrutable”, Sergio Pitol Demeneghi (1933) es respetado por los escritores mexicanos jóvenes porque no ha procurado los reflectores, no posa como “maestro de generaciones” y no anda cazando aplausos.
Sin embargo, el novelista, cuentista, traductor y diplomático poblano, que mañana cumple 80 años de vida, errante y viajera, ha enseñado a las nuevas generaciones de narradores a “leer con detenimiento, a tener la capacidad de ver todo con ojos de extranjero”. Ellos reconocen la “deuda infinita” que tienen con la vocación traductora de su “abuelo literario”.
El acapulqueño Julián Herbert (1971), el tapatío Antonio Ortuño (1976) y el zacatecano Tryno Maldonado (1977) –cuya obra gusta a Pitol y la sigue con detenimiento, según comenta Rodolfo Mendoza, amigo cercano del autor de El arte de la fuga desde hace diez años–, narran qué han aprendido de él como escritor y como ser humano.
Herbert aclara que jamás ha conversado con el autor de El mago de Viena y que sólo una vez lo ha visto en persona, y de lejos; así que todo lo que sabe de él proviene de la lectura de su obra.
“Yo diría que, por oposición a la imagen de granito y cemento fraguado que predomina en la literatura mexicana, Pitol es una suerte de líquido denso.
“Alguna vez he descrito la literatura que más me gusta leer (y, en última instancia, la que quisiera escribir) como un discurso-plasma carente de obeliscos. Eso, para mí, es la prosa de Pitol”, dice.
El narrador, poeta y ensayista cuenta que don Sergio le enseñó a leer con detenimiento.
“La primera vez que me topé con él, era 1988, yo tenía 17 años, y publiqué mi primera reseña en un periodicucho de Saltillo: eran apuntes de lectura de Cementerio de tordos. Muchos podemos generar en el otro un instante de posesión a través de la prosa, pero sólo un escritor realmente poderoso logra que sus intuiciones perduren vivas durante 25 años en la sensibilidad de su lector”.
El autor de las novelas Un mundo infiel y Canción de tumba confiesa que hay una lección de estilo que aprendió por oposición a Pitol.
“Él es un cosmopolita y yo un provinciano que ha viajado muy poco. Mas, leyéndolo, descubrí que una habilidad narrativa que me interesa es la capacidad de ver todo (tu propia casa, tu perro, la tumba de tu padre) con ojos de extranjero, de viajero y, mejor aún, de fantasma”.
A Antonio Ortuño, por su parte, el autor de La vida conyugal y Domar a la divina garza, novelas que le parecen “divertidísimas”, le parece respetable en la medida que no ha procurado los reflectores.
“No posa como ‘maestro de generaciones’, ni anda cazando aplausos. Ha privilegiado el rigor de su obra sobre su faceta pública, sin dejar de tener, por ello, posiciones y opiniones políticas. Esa discreción me parece elegante y valiosa. No ha oscurecido su obra con su propia sombra”.
El novelista y cuentista, creador de El buscador de cabezas, Recursos humanos y Ánima, afirma que además de un “narrador mayor”, Pitol ha sido un traductor importante.
“Su capacidad para interesarse por estéticas que están fuera del radar de sus contemporáneos y traerlas al español (tanto en sus propias obras, narrativas y ensayísticas, como en sus traducciones) me parece fundamental.
“Ha traducido o comentado a varios de mis autores predilectos: Nabokov, Bulgakov, Conrad, James. Es, además, un autor con un humor agudo y muy disfrutable”, agrega.
Finalmente, Tryno Maldonado describe a Pitol que, después de recorrer el mundo, vive en Xalapa desde 1992 como una persona generosa. “Como lector es muy despierto e incansable y siempre está atento a la obra de los más jóvenes. Dice Tinianov que, cuando una generación carece de padres, invariablemente debe dialogar con los tíos o con los abuelos. Eso representa Sergio para nuestra generación”.
El narrador y editor piensa que a la influencia de la generación de la Casa del Lago, a la que pertenece Pitol, les están en “deuda infinita” por su vocación traductora. “No sólo modificaron con su obra, su ideario y sus acciones el panorama de la literatura nacional para siempre; sino que, además, trajeron a nuestro continente, como pocas otras generaciones lo han hecho, una pléyade de autores hasta entonces inusitados o inconseguibles en nuestra lengua.
“La forma en que los más jóvenes leemos, las referencias de las que hemos echado mano para conformar bien que mal nuestras bibliotecas, han estado guiadas por los puentes que ellos nos tendieron”, añade el autor de Temporada de caza para el león negro.
“Si el valor de un autor con respecto a su tradición ha de tasarse no únicamente por el valor intrínseco de su obra, sino por la suma de todos los mecanismos que aporta para enriquecerla, entonces el valor de Sergio en el ámbito literario actual es altísimo”, concluye.
Su obra
Descartando sus traducciones, éstos son los títulos que el escritor y diplomático ha entregado:
- Tiempo cercado (1959)
- Infierno de todos (1965)
- Los climas (1966)
- No hay tal lugar (1967)
- El tañido de una flauta (1973)
- Asimetría (1980)
- Nocturno de Bujara (1981)
- Cementerio de tordos (1982)
- Juegos florales (1985)
- El desfile del amor (1985)
- Domar a la divina garza (1988)
- Vals de Mefisto (1989)
- La casa de la tribu (1989)
- La vida conyugal (1991), adaptada al cine
- El arte de la fuga (1996), ensayo-memoria
- Todos los cuentos más uno (1998)
- Soñar con la realidad (1998)
- El viaje (2000)
- Todo está en todas las cosas (2000)
- De la realidad a la literatura (2002)
- Obras reunidas (2003 y 2004)
- El mago de Viena (2005)
- Trilogía de la memoria (2007), que agrupa El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena
- Autobiografía soterrada (2011)
Pasión por la literatura
“Aquello que da unidad a mi existencia es la literatura. Todo lo vivido, pensado, añorado, imaginado, está contenido en ella. Más que un espejo es una radiografía: es el sueño de lo real”, dijo una vez Sergio Pitol, antes que le aquejara la enfermedad que le ha impedido el habla durante los últimos años.
Pero esa pasión por la literatura la sigue teniendo, explica Rodolfo Mendoza, quien desde hace una década lleva con él una relación amistosa, de maestro-alumno, laboral y familiar, ya que el autor de La casa de la tribu fue su testigo de boda.
“Lo más importante es su pasión por la literatura. Uno de los rasgos más característicos de su obra es la libertad. La libertad de poder hacer una suerte de nuevo género, de poder escribir de uno mismo y de los demás, de poder brincar de un país, lengua y cultura a otra, de emprender y enfrentar la literatura”, señala quien trabaja con Pitol en las traducciones que realiza y en la edición de la revista La Nave.
Atrás quedó su infancia difícil, pues la madre de Pitol murió cuando él tenía cuatro años de edad y al poco tiempo contrajo la malaria que lo obligó a mantenerse encerrado prácticamente hasta los 12 años; ahora es un hombre alegre, vital.
“Lo sorprendente es que tiene una memoria y una vitalidad intacta. Los médicos le han dicho que tiene un corazón y una presión arterial como de un muchacho. No es hipertenso, no tiene diabetes y camina muchísimo”, narra el ensayista.
El estudioso de la obra del Premio Cervantes 2005, quien se licenció en Derecho por la UNAM, fue estudiante en Roma, traductor en Pekín y en Barcelona, profesor en Xalapa y Bristol, y miembro del Servicio Exterior desde 1960, indica que lo que más le sorprende es su conocimiento de la literatura latinoamericana.
“Cuando conocí su biblioteca (de unos 20 mil títulos), me di cuenta del gran conocimiento de la literatura en español que tiene. Se piensa que él es experto en literatura rusa, húngara o polaca, o de literatura inglesa o italiana por sus traducciones, pero sin exagerar podría decir que Sergio es uno de los mayores conocedores de la literatura latinoamericana. Siente una gran pasión por su propia lengua, por el lenguaje que es suyo, un apego y una tradición por la literatura escrita en español”, detalla.
A sus 80 años, Pitol lee todos los días periódicos mexicanos y extranjeros, sigue traduciendo, edita, lee a escritores jóvenes, recomienda autores para la Feria del Libro Universitario y para el Hay Festival de Xalapa, escucha una ópera todos los días y disfruta de su casa-biblioteca, a donde le acaba de llegar la primera traducción de una de sus novelas al hebreo.

