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Las armas mortales sin control

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CIUDAD DE MÉXICO, 1 de septiembre.- Las imágenes de un ataque con armas químicas que llegaron desde Siria el pasado 21 de agosto provocaron indignación entre un buen número de naciones que durante más de un siglo ha hecho esfuerzos por evitar el uso, la producción y el almacenamiento de este tipo de armas.

A través de los videos difundidos por internet, el mundo entero observó perplejo los terribles efectos de las armas químicas sobre el ser humano, como convulsiones, dificultad para respirar, vómitos y pupilas dilatadas.

Sin embargo, por alarmante que pueda parecer, ésta no es la primera agresión con agentes químicos en los conflictos armados de la historia reciente.

Ante estas amenazas constantes hacia civiles que viven en medio de alguna guerra, expertos advierten que resulta importante difundir información sobre los aspectos generales de las armas químicas, como sus efectos en el ser humano y hasta qué punto la comunidad internacional pueden controlar su uso.

La Convención sobre Armas Químicas de 1993 define a estos artefactos como las municiones o dispositivos que liberan propiedades tóxicas destinadas a causar la muerte, incapacitación temporal o daño permanente a humanos y animales.

Una forma de clasificar los diferentes tipos de sustancias utilizadas en estos ataques es precisamente a través del daño que causan, de acuerdo con Stephen Johnson, experto en armas químicas y académico en la Universidad de Cranfield, en Londres. Tomando en cuenta esta categorización se pueden mencionar seis agentes distintos.

En entrevista para Excélsior, Johnson explicó que los efectos de estos ataques son devastadores y la forma de propagación utilizada durante conflictos armados, como lo es la diseminación a distancia a través de bombas y proyectiles, hace casi imposible evadir un ataque, a menos que se cuente con equipo especializado que aisle todo el cuerpo de sus efectos. 

“Los agentes nerviosos como el gas sarín se encuentran entre los que más se han utilizado en conflictos armados. Como su nombre lo indica, atacan al sistema nervioso provocando espasmos musculares, dificultad para respirar, salivación excesiva y pérdida de control en los esfínteres de las personas. Claro que estos síntomas podrían provocar la muerte de los afectados, pero son fácilmente reversibles”, dijo Johnson.

Es importante mencionar que el primer gas nervioso, conocido como Tabun, fue creado en Alemania en 1936.

El también ex integrante del ejército británico indicó que otro de los agentes químicos más populares son los vesicantes, conocidos en forma de gas mostaza: “estos son letales en grandes cantidades, provocan una sensación de quemazón en piel y ojos, aunque la muerte puede ocurrir por heridas causadas o por infecciones, y provoca daños genéticos a largo plazo”.

En la lista también aparecen los agentes sanguíneos en forma de cianuro de hidrógeno, que son absorbidos a través del sistema respiratorio e inhibe la circulación del oxígeno en las células y con ello la muerte.

Asimismo, Johnson mencionó a los agentes asfixiantes, los cuales “atacan los pulmones haciendo que estos se llenen de líquido provocando la interrupción de suministro de oxígeno”.

Agregó que los agentes sicóticos o incapacitantes, como el BZ, son menos comunes pero no por ello menos dañinos, pues provocan alucinaciones o confusión en las personas que son víctimas de un ataque con estas sustancias.

Los ataques no han cesado

Los primeros registros de ataques químicos a gran escala se remontan a la Primera Guerra Mundial, cuando el ejército alemán atacó con cloro a las tropas francesas y canadienses durante la Batalla de Ypres, en Bélgica. En este enfrentamiento se utilizó cloruro de hidrógeno, también conocido como ácido muriático, el cual es altamente corrosivo en cualquier tejido con el que tenga contacto.

Éste no fue el único ataque durante las batallas de la Primera Guerra Mundial. Cifras oficiales afirman que el uso de agentes respiratorios, lacrimógenos y vesicantes por ambos bandos provocó el deceso de más de un millón 170 mil heridos y 85 mil muertos.

Al poco tiempo de que concluyera este conflicto, el uso y la producción de armas químicas se extendió entre países como Gran Bretaña durante los enfrentamientos contra pueblos árabes, y  España los usó en la guerra civil.

Durante la Segunda Guerra Mundial fueron usados por parte de las potencias, como fue el caso de Japón, que arrojó gas mostaza y otros agentes vesicantes a las tropas de China, mientras la Alemania nazi desarrollaba agentes nerviosos.

Resulta importante destacar que durante este periodo, la mayoría de los ataques se cometían en los campos de batalla y afectaban principalmente a miembros de los ejércitos presentes en los conflictos, sin embargo, Alemania utilizó los agentes nerviosos, uno de ellos conocido como Zyclon B, para el exterminio de la población judía que era enviada a los campos de concentración.

Los horrores del uso de los agentes químicos sobre la población no se detuvieron ahí. Años después, el ejército estadunidense utilizó una sustancia conocida como el Agente Narana para dañar los cultivos de alimentos en Vietnam. Sin embargo, dicha sustancia también provocó efectos retardados en la población, como cáncer, defectos de nacimiento y muertes por intoxicación.

En décadas más recientes se ha denunciado el uso estos agentes en los enfrentamientos de Irán e Irak en 1980, la Guerra de las Malvinas en 1982, la Guerra del Golfo en 1991 y la guerra civil en Chechenia en 2000.

 Asimismo, fueron usados durante el ataque de la secta terrorista japonesa Suprema Verdad en el metro de Tokio; 12 personas murieron y cinco mil resultaron heridas en ese ataque por el uso de gas sarín.

Esfuerzos para evitar su uso

Los esfuerzos por evitar la producción, almacenamiento y el uso de las armas químicas comenzaron desde los últimos años del siglo XIX, cuando la Conferencia de La Haya inició negociaciones internacionales.

Sin embargo, fue hasta que la devastación ocurrida en la Primera Guerra Mundial llamó la atención que la comunidad internacional comenzó a unir consensos serios para evitar el empleo de estas armas, incluidas las biológicas. Estos esfuerzos se vieron reflejados en el Protocolo de Ginebra en 1925, que prohíbe el uso de armas biológicas y químicas.

Por otra parte, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW, por sus siglas en inglés) en 1992 cubrió aspectos como la producción y almacenaje de dichos artefactos, aunque algunos países firmantes mantienen reservas acerca de los límites del tratado.

Cabe destacar que los gobiernos de Siria, Egipto, Corea del Norte, Somalia, Angola y Sudán del Sur no han firmado este tratado.

Por otra parte, Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Libia, Irak, Bosnia y Herzegovina, Irán, India, China, Japón, Francia, Israel y Serbia han admitido tener plantas de producción de agentes químicos dirigidos por sus gobiernos, a pesar de que algunos de ellos forman parte de la OPWC.

Para Stephen Johnson, estos esfuerzos internacionales representan éxitos importantes en la reducción en la cantidad de armas químicas que los Estados poseen, pero aún enfrentan severas críticas por la falta de presión sobre los países que aún no firman el tratado como Siria.

“Resulta preocupante que los tratados no estén diseñados para eliminar por completo la posesión de los agentes químicos, sino para limitar a los firmantes, además se permite llevar a cabo acciones como de investigación”, finalizó el experto.

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Autor : 
María Fernanda Navarro
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