
CIUDAD DE MÉXICO, 21 de diciembre.- Durante los últimos años la polarización de la política estadunidense ha puesto en duda su capacidad para llegar a acuerdos legislativos y de gobierno pero, de acuerdo con un politólogo estadunidense, el problema es menor de lo que parece.
La atmósfera de crisis de gobierno es más bien el problema de un partido, el republicano, que está profundamente dividido, estima el politólogo Jonathan Rauch, de la Institución Brookings y autor de varios libros sobre política, incluso Demosclerosis y Government’s End: Why Washington Stopped Working (el final del gobierno: porque
Washington dejó de trabajar).
Y no es el único en señalarlo. La aparición de los partidos del té en las elecciones de 2010 y 2012 llevó más a la derecha el núcleo del Partido Republicano, mientras los demócratas no han experimentado un movimiento similar, consignó la Revista Política de la Universidad Harvard.
El movimiento, es fundamentalmente basado en la economía. “Cuando el pastel se expande la política es menos un juego de suma cero que cuando el pastel parece encogerse”, precisó Mathew Baum, profesor de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la propia Harvard. Y la volatilidad económica alimenta el rencor partisano.
Los relatos sobre la disfuncionalidad del gobierno estadunidense surgen de la impresión de que está paralizado por la confrontación entre demócratas y republicanos.
De hecho, una encuesta de Gallup señalaba en octubre pasado que para 33 por ciento de los estadunidenses, el principal problema del país es la insatisfacción con el gobierno y sus representantes electos, por encima de la economía o el desempleo.
A fines de noviembre, el presidente Barack Obama estaba en una aprobación de 48 por ciento, pero el Congreso aparecía con apenas 15 por ciento. Y la tendencia en ambos casos parecía a la baja.
Los reportes sobre los problemas del gobierno estadunidense alcanzaban en especial a la administración Obama, que parece seguir el patrón de otros presidentes reelectos: un poderío doméstico disminuido después de su quinto año de gobierno y con la idea de dejar un legado internacional.
La inacción del Congreso, al mismo tiempo, parecía ser vista como un hecho de la vida.
“¿Podrá Obama dar la vuelta a su situación?”, se preguntaba la semana pasada el analista Charlie Cook. Pero la pregunta puede ser vista como retórica. De hecho, recordó Rauch, presidentes como Ronald Reagan (1980-88) o William Clinton (1992-2000) comenzaron su segundo periodo con una caída de su popularidad, pero terminaron con marcas muy positivas.
Con todo, la atmósfera de choque político en Washington ha contribuido a subrayar lo que algunos politólogos califican como hiperpolarización política, una situación en la que republicanos o demócratas para el caso hablan y laboran para sus audiencias, pero no buscan comunicación con la otra parte, pero ese contacto es necesario para gobernar.
Esa atmósfera de confrontación y esa extremación del debate político a niveles hasta de animadversión personal ha sido atribuida entre otras cosas a la ausencia de un centro político, el exceso de ideología y la falta de pragmatismo.
Pero Rauch agrega un argumento al ya planteado por otros. “Es la incapacidad de un grupo para aceptar la realidad... y la incapacidad de otro grupo, de ese mismo partido, de obligarlos a hacerlo”, comentó en el curso de una conversación con Excélsior.
Los politólogos Thomas Mann, de la Institución Brookings, y Norman Ornstein, del Instituto Estadunidense de Empresa, ponen también el problema de polarización y de obstruccionismo en el lado republicano del espectro político estadunidense.
Para Rauch el problema está menos en la conjunción de intereses creados como obstáculos para gobiernos democráticos en general, que en la ideologización alcanzada por sectores republicanos.
Los estadunidenses tienen una tradicional desconfianza hacia el gobierno federal, producto de los debates entre Alexander Hamilton, proponente del federalismo, y Thomas Jefferson, defensor de los derechos de los estados.
En buena medida esa desconfianza se retrata en el movimiento de los partidos del té, que demandan un gobierno más pequeño, menos gastos, control de la deuda pública y rechazan toda negociación que no los lleve ahí.
Pero, según Rauch, están fuera de la realidad y ese es un problema sobre todo para los republicanos.
Eso explica en buena medida lo que parece la brutal confrontación actual entre demócratas y republicanos, herederos ahora de esas dos visiones de gobierno, un debate que el analista político Howard Finneman considera como uno de los trece grandes debates sin resolver en Estados Unidos.
Los demócratas, que hace cien años eran una organización con profundas raíces en el sur, casi racista y políticamente conservadora y vinculados con los restos de la confederación, son defensores ahora de la intervención gubernamental en la sociedad y la economía, sobre todo a partir de reformas liberales o de izquierda y de unos Estados Unidos incluyentes.
Los republicanos, que fueron el partido de Abraham Lincoln, son hoy el albergue de los conservadores sociales y religiosos, y enfrentan el peligro de depender únicamente de los hombres blancos de clase media y clase media baja.
Pero aún así, dice Rauch, la impresión de que el gobierno no funciona es errónea. “Puede haber reformas pequeñas, pero con el tiempo el factor de la acumulación las hace grandes”, señaló.
Ese factor está presente ahora. Hay más comunicación entre los republicanos y los demócratas que lo que se quiere ver porque las grandes temas, las grandes discusiones, oscurecen la realidad. Y esa verdad es que los políticos tienen que ir al centro para entenderse.
Esa fue la gran lección de Bill Clinton, subrayó.
El ex mandatario estadunidense (1992-2000) convenció a los demócratas de buscar el centro político para evitar ser desplazados permanentemente, luego de años de presentarse desde una perspectiva claramente de izquierda que complacía a un importante sector de su audiencia pero no al público estadunidense.
Fue poco después de que el republicano Ronald Reagan llegara a la Presidencia con el apoyo de un considerable grupo de “demócratas por Reagan”.
Pero en los últimos años ha habido prominentes anuncios en torno al rechazo de los republicanos, o al menos parte de ellos, contra Obama. Un rechazo a nivel de odio personal que muchos consideran tiene raíces tanto en una expresión racial como en el cambio que Obama personifica, incluso la reforma del sistema de salud conocida ahora como Obamacare (Cuidado de Obama).
Sin embargo, dice Rauch, hay más comunicación que lo que parece. Se ve por ejemplo en que Obama, justamente, ha sido protagonista de grandes cambios para Estados Unidos, comentó el politólogo al señalar la recuperación económica, la reforma de salud.
Más aún, ahora son los republicanos los que deben buscar la forma de moverse de nuevo al centro político. Pero puede ser una tarea que tarde años, dada la influencia de los partidos del té y de legisladores electos en zonas republicanas “aseguradas” por la redistribución periódica de distritos.
Pero Rauch señaló por ejemplo que algunos legisladores electos a partir del apoyo de los partidos del té han comenzado a moverse hacia el centro o por lo menos a aceptar que la comunicación con el otro partido es necesaria.
Los recientes contactos entre Paul Ryan,
presidente del Comité Presupuestal de la Cámara de Representantes (diputado), ahora es un activo participante en conversaciones con sus rivales demócratas sea por el problema presupuestal o en la cuestión migratoria.
El problema, dice Rauch, es que el regreso republicano al centro todavía tomará años.


