
CIUDAD DE MÉXICO, 29 de junio.- Carismático, indisciplinado, rijoso, dueño de una espléndida voz en estado puro e improvisador sin igual en un escenario, Héctor Lavoe fue y sigue siendo una de las referencias más notables en el mundo de la música afroantillana llamada salsa.
Su voz, su soneo (improvisación en vivo) y su manera de comportarse arriba y abajo del escenario le construyeron un personaje a la altura de su talento.
Nació como Héctor Juan Pérez Martínez, el 30 de septiembre de 1946 en Ponce, Puerto Rico. A finales de los años 60 del siglo pasado fue conocido, ya artista, como Héctor Lavoe. Falleció un día como hoy pero de 1993.
Llegado a Nueva York en 1963 contra la voluntad de sus padres, pues contaba apenas con 17 años, se ligó al mundo de la música salsa cuatro años después, de la mano de otro muchacho talentoso para los arreglos musicales y para el trombón llamado, William Alberto Colón.
Su voz tipo tenor, su frescura al improvisar fraseos, su dicción impecable y su ingenio hicieron que el público lo adoptara de inmediato, aunque quizá el factor que más influyó para la consolidación de su leyenda fue su trágica muerte, en junio de 1988.
Entrampado en su drogadicción y luego de discutir con su mujer, Lavoe intentó suicidarse lanzándose del noveno piso del hotel Regency, de Nueva York. Con el cuerpo roto y la salud cada vez más deteriorada, El Cantante falleció cinco años después en el Memorial Hospital de Queens.
Pero, ¿qué tenía Lavoe de especial entre otros muchos cantantes que quizá eran mejores que él para ser tan apreciado por el gran público salsero?
Para Andrés Rosales, especialista mexicano en música afroantillana, las razones son claras.
“Indiscutiblemente, tenía carisma, que es característica necesaria para cualquier ídolo, además de que rompió con patrones establecidos tanto en su trabajo de cantante como en su vida personal, lo cual le daba en ese momento el ser representante en el movimiento salsoso de las actitudes contestatarias de los jóvenes de ese entonces, ¿en qué forma? Pues rebelándose contra ese establishment al que se debía apegar el artista, usar lentes no ocultando su problema visual, llegar tarde a los conciertos, esa vida de excesos alcohólicos y de drogas, pero además haciéndolo público.
“Luego ya en las grabaciones con esa infraestructura musical, con esos arreglos y esos músicos nos ofrecía algo digno de ser escuchado, no se diga en las presentaciones y en los conciertos con esa entrega a la hora de interpretar.”
Acerca de las razones de la vigencia de su música, Rosales considera que pesa mucho el hecho de que también se ha convertido en un mito.
“De los salseros que han muerto, pienso que es el que más vigente está en el gusto de los viejos y jóvenes que gustan de la salsa; las razones son varias. Las historias que sobre él se han contado lo volvieron un mito en este ámbito musical; los nuevos avances tecnológicos nos permiten ver videos de sus presentaciones los cuales nos muestran cómo era Lavoe en un concierto.”
Por su parte, César Miguel Rondón, también especialista en esta música y autor de El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano (Ediciones B, 2004), piensa que “a diferencia del funeral de Ismael Rivera (popular cantante fallecido el 13 de mayo de 1987 y conocido como el Sonero Mayor de Puerto Rico), para Héctor no hubo multitudes en procesión. El cortejo fúnebre que lo despidió en el Bronx fue tan caótico y aparatoso que, cuentan, Héctor llegó tarde hasta el día de su entierro.
“Pero el dolor ante su partida fue tal vez más hondo y lacerante. Si en vida logró convertirse en el cantante más legítimo y representativo de la salsa, después de muerto se volvió su mejor leyenda, en el símbolo que desde la eternidad exalta los valores y significados de esta música. Por eso, así no se le baile, a Héctor Lavoe se le escucha de pie. La salsa siempre tendrá el impulso que le brinda la figura más definitoria y trágica de sus héroes.”
Por eso Lavoe, más presente que nunca, es como un necio fantasma que, con su música y su inconfundible fraseo, sigue hurgando, feliz, en las pistas de baile en donde se le rinde tributo a la salsa más brava que existe: la de NuevaYork hecha por caribeños.

