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Hugo Chávez tuvo un pie en la lomita

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CIUDAD DE MÉXICO, 6 de marzo.- Cualquiera que sepa de beisbol hubiera entendido cuando Miguel San Martín, jefe de información de El Universal de Venezuela, explicaba hace unos días la situación del presidente agonizante: “Chávez está en cuenta de tres y dos. ¿Me entiendes? Está a las puertas de ser ponchado”.

En Venezuela, tierra donde la pelota caliente vuela por cualquier rincón, es común que la gente utilice términos del diamante en la vida cotidiana. El mismo Chávez decía que su tumor era “como una pelota de beisbol”.

Y de beisbol se llenaban las tardes del mandatario, contando a “su manera” cómo es que había renunciado al sueño de ser pitcher en el gran circo americano para transformarse en el soldado que defendería con su vida a la patria.

Contar, por ejemplo, aquella tarde que visitó la tumba del legendario Isaías Látigo Chávez, su ídolo, para avisarle que renunciaba al sueño de trepar a la lomita de las Grandes Ligas.

“Octubre del 71. Yo me fui caminando desde El Valle Conejo Blanco. Primero pregunté cómo llegar al Cementerio General del Sur (Caracas) porque yo leí entonces que ahí enterraron a El Látigo Chávez. Yo iba porque tenía por dentro un nudo, como una deuda que se vino formando, el juramento aquel, la oración aquella, yo la estaba olvidando. Y ahora quería ser soldado, me sentía soldado y yo me sentía mal por eso.

Así que llegué a la tumba, vi la cripta, Isaías Látigo Chávez murió un 16 de marzo de 1969. Pero sobre todo, además de rezar yo fui a pedir perdón. Me puse a hablar con la tumba, con el espíritu que rodeaba todo aquello. A hablar conmigo mismo, es decir, estaba como diciendo ‘perdón, perdón Isaías. Yo ya no voy a seguir ese camino. Ahora soy soldado. Y cuando salí del cementerio yo estaba como liberado” (tomado del documental Los sueños llegan como la lluvia).

Hugo aprendió a lanzar con la zurda en las calles de Sabaneta, su pueblo natal. Eran los años 60. Como muchos chamacos de aquellos rumbos soñaba con viajar, algún día, a territorio del Tío Sam. Jugar, quizá, con los Gigantes de San Francisco, tal y como lo hiciera el otro Chávez, Isaías, ídolo de aquel niño que sería presidente y cuyo destino fue morir en un accidente aéreo.

Y así, jugando a ser El Látigo Chávez, Hugo reviraba a la piedra que hacia el papel de primera base y hacía a la vez el trabajo del narrador en aquel partido callejero. “El Látigo domina uno tras otro”. Hugo estudiaba pintura y aprendió a pintar rostros, como el de Isaías Chávez, ídolo también con la franela de los Navegantes de Magallanes.

Chávez tenía el rostro del Látigo pegado en la pared, junto a su cama, e inventó una oración que rezaba todas las noches. Al final del Padre nuestro que estás en los cielos decía “Diosito santo ayúdame, Látigo Chávez donde estés te juro que voy a ser como tú”. Simplemente, él quería transformarse en el otro Chávez. Convertirse en su espejo.

En ese tiempo no se miraba televisión. Los muchachos del pueblo se juntaban y escuchaban los partidos en viejos radios de pilas. Así les llegó la grave noticia el 16 de marzo del 69. “Isaías Chávez muere a los 23 años en accidente aéreo en Maracaibo, rumbo a los Estados Unidos”. Era domingo y Hugo tenía 14 años. Se le vino el mundo encima.

Dos años después, nuestro personaje ingresaba a la Escuela Militar sin entender aún que aquella decisión cambiaría drásticamente su futuro y el de millones de venezolanos. Su padre lo quiso mandar a Mérida para estudiar ingeniería, sólo que Hugo se negó porque allá no había equipo profesional de beisbol. ¡Qué horror, se entretenían con el soccer!

Entonces Hugo Chávez probaría el beisbol militar, más organizado que el que se jugaba en las calles, aunque sin llegar al nivel profesional. Poco a poco le fue ganando la filosofía militar y la ideología socialista de su hermano mayor, Adán. Entonces vendría su visita a la tumba del Látigo. Chávez dejó de soñar.

Pasó el tiempo. El jovencito tomó en serio aquello de las armas y Simón Bolivar subió al pedestal juntito al viejo Látigo. El otrora lanzador zurdo se transformó en teniente coronel de paracaidistas, aprendió a rebelarse y jalar del gatillo. Chávez conoció la cárcel y, años más tarde, gozar de la popularidad que lo encumbró a la Presidencia.

Hugo Chávez, el popular presidente de Venezuela, gustaba de jugar partidos amistosos (de pantomima, dicen en territorio venezolano) y hacerlo con estadistas como Fidel Castro o ex ligamayoristas de la talla de un Sammy Sosa. Sus ex compañeros militares también gozaron de algunas invitaciones al diamante presidencial.

“Ahora se trataba de softbol”, comenta vía telefónica Miguel San Martín, jefe de información del diario El Universal de aquel país sudamericano. “Con Fidel organizó juegos de intercambio entre Cuba y Venezuela. Él era pitcher y mánager de su novena, mientras que Fidel sólo estaba en el dogout”.

El líder cubano se daba el lujo de alinear a jugadores de selección con barbas postizas como broma y también como una manera de mirarse en el partido.

“Hugo Chávez no era socialista y tampoco comunista. Su trato con Fidel lo hicieron, además, antiimperialista”, comenta San Martín, quien asegura que “como deportista, Chávez nunca destacó”.

Pero ser presidente da muchas ventajas para cumplir algunos caprichos. El venezolano lanzaría la primera bola en el Shea Stadium de los Mets (año 2000) y lo repetiría en la liga japonesa. Invitaría al dominicano Sammy Sosa a jugar un partido a beneficio y darse el lujo de lanzarle algunas rectas, ¡y poncharlo!

El populismo de Chávez decayó, los ligamayoristas venezolanos pintaron su raya y una de sus grandes frustraciones fue no poder asistir a los estadios de Venezuela para mirar un partido profesional. Era tal el rechazo del pueblo oprimido que las silbatinas y malas palabras lo obligaron a ausentarse.

“Como aquella temporada en la que Endi Chávez jugaba con los Navegantes de Magallanes y Hugo decidió asistir para observar el partido. La fanaticada, al darse cuenta de la presencia presidencial, comenzó a corear ¡”Endi sí, Chávez no!”.

Chávez cayó de su pedestal tiempo atrás. De aquel soldado que renunció a los sueños de beisbolista sólo se la creía el propio presidente. “Eso de la tumba y el Látigo era uno más de los cuentos de Chávez”, remata San Martín. “Su izquierdismo comenzó cuando viajó a La Habana como presidente electo y se entrevistó con Fidel”.

En términos beisboleros, ¿cómo está Hugo Chávez? se le preguntó días antes de que falleciera el mandatario.

“Está en cuenta de tres y dos. ¿Me entiendes? El presidente está a las puertas de ser ponchado”, dijo San Martín hace unos días.

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Autor : 
JC Vargas
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